Ha pasado ya un buen
rato desde la última vez…
Me han dicho que no notan mi
pasión… que he perdido la pasión por reflejar la enfermedad y la suciedad de mi
vida, que tal vez ya no me llena una o dos letras significativas en un día ¡Bah,
quién sabe! Estoy a unos días de cumplir un año con el mismo empleo, y los Smiths
me siguen recordando lo miserable que soy.
Veo una torre de libros mal
apilados en mi escritorio, escritorio que ha tenido mis nalgas sobre de él en
muchas ocasiones; y sólo me hace pensar en esa pasión, esa pasión que dicen que
he extraviado… ¡No lo creo! Porque la pasión de las letras la vivo cada día, en
el metro, en el bus, en el trabajo, en los ojos cansados del señor de la
tienda, en las nalgas cansadas de mis compañeros de oficina, en la boca seca de
aquel drogadicto en la esquina de circuito, en los labios rojos de la
prostituta en revolución, en los 3 pesos que gasto para llegar a mi casa, en
los penes nuevos que he probado, en los hombres mayores que estoy esperando
para meterme entre sus piernas, en las manos sucias del vendedor de verdura, en
el aliento fétido del señor franelero, en mis pies cansados, en mis piernas mal
depiladas, en mi sexo ansioso, en mi ombligo hundido, en mis senos pequeños, en
mi boca sedienta y en mis ojos negros, negros como el alma que alguna vez
ofrecí y me rechazaron, negros como el vello púbico de mi último amante, negros
como mi cabello desordenado, negro como el corazón de alguien que nunca va
amarme, así es como la pasión se prueba y se vive y se siente, como el sudor a
las 3 de la tarde; se vive a flor de piel, día a día, paso a paso, con cada
parpadeo y con cada movimiento de mis dedos, esa pasión es similar al semen
tibio sobre mi espalda, sobre mis tatuajes, sobre mi boca y sobre mis entrañas,
es una pasión descontrolada, una pasión que por mas cansada que me encuentre
estará reflejada en mi mirada.
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